El arte de no tomarte la vida tan en serio. Hablemos de mi amigo Juan.
Lo que aprendí de quien siempre tiene una sonrisa (y un mal chiste) a la mano
Tengo un amigo que conocí en mi anterior trabajo. Se llama Juan. Él es un chico joven y es la persona más tranquila que conozco. No pelea por nada, no se preocupa por nada y siempre se está riendo de algún chiste malo. Yo soy todo lo contrario a él; sobrepienso, analizo, me preocupo por el futuro y por cosas insignificantes. Recuerdo una vez que estaba muy estresada porque salíamos de trabajar a las once de la noche y al otro día tenía que levantarme a las seis de la mañana. Juan, se rio y dijo: “Yo me levanto a las cuatro.” Le pregunté cómo es que no estaba molesto por eso y simplemente respondió: “Enojarme no cambiará nada.”
De Juan aprendí que la razón por la que la pasamos tan mal a veces es porque no aceptamos las cosas como son. Les cuento, a mí me gustaba un chico y no sabía como hablarle. Le conté a Juan y él únicamente dijo: “Solo hazlo. Si no es para ti, pues sigues con tu vida y ya.” Y sonaba tan simple, sin embargo, yo sobrepensaba. ¿Y si cree que soy intensa? ¿Le respondo una historia? ¿Y si me ignora? Al final, le hablé, salimos y resulta que no congeniamos muy bien. Por eso, sufrí bastante. Juan, en cambio, me contaba con toda la serenidad del mundo cuando las cosas no habían funcionado con una chica. Yo lo miraba perpleja, pensando en cómo no estaba teniendo una crisis arrancándose los pelos. Él levantaba los hombros y me decía que estamos jóvenes y que vendrán muchas otras personas. ¡Una locura!
“La vida son las anécdotas que contarás de viejo”, dijo alguna vez. Juan siempre tiene historias por contar: la vez que lo asustaron con una pistola (cosa que contó muerto de la risa), la vez que fingió ser el presidente de Estados Unidos o la vez que bebió hasta las cinco de la mañana en una cancha de fútbol. Siempre me rio mucho escuchándolo. Yo soy de las que cree en la reencarnación y a veces pienso que Juan ha reencarnado tantas veces que ya simplemente acepta la vida tal cuál es. Si Juan fuera una canción siento que sería de esas que tienen una letra tan chistosa que solo te queda reírte.
Otra cosa que aprendí de Juan fue que todo tiene solución y que en serio vas a estar bien. El año pasado, pasé por mi primera ruptura. Trabajar con el corazón roto es algo que no le deseo a nadie, pero eso es otro tema. Juan, por más burlón que fuera, me escuchaba con paciencia. No era muy bueno consolando, eso sí, pero hablar con él siempre era refrescante porque su forma de ver las cosas tan simples y pasajeras me calmaba. Es decir, no se trata de minimizar tus sentimientos, se trata de aceptar esos retos que nos pone la vida y hacerlo de la mejor manera. Reírnos, si podemos. Cuando estemos en esos momentos donde sintamos que el mundo se nos cae encima, intentar ver los problemas desde afuera. O, como Juan.
Algunos ejemplos:
¿No sabes que hacer con tu vida? Disfruta de la incertidumbre y sal a bailar. ¿Se te manchó tu camisa favorita? Mira que la mancha tiene forma de dinosaurio. ¿Ese chico no te quiere? Hay más penes que estrellas en el cielo (mi dicho favorito de Juan). ¿Fue un mal día? Cómprate un helado de chocolate. ¿Esperando el bus mucho tiempo? Hazte amigo del viejito a tu lado.
Entonces, la próxima vez que estén preocupados, pueden hacer el ejercicio de pensar: ¿Qué diría Juan?
Contrataría a juan para que se instalara en mi cabeza
Justo acabo de hacer una nota, me encontraba casi llorando, por sobrepensar, por ser tan sensible, por hacerle caso a las bromas pesadas de mis compañeros, leyendo esto ahora me reconforta y por supuesto que hice el ejercicio, gracias por escribir.