El duelo por alguien que sigue vivo. Hablemos de las despedidas.
¿Cómo vivir con la ausencia?
Todos alguna vez hemos tenido que decir adiós a algo o a alguien del cuál no queríamos despedirnos. Ya sea de un amigo que se alejó de repente, un familiar que se mudó del país o una pareja con la que simplemente ya no conectaste más. Alejarnos de aquello que alguna vez amamos y lo fue todo para nosotros duele bastante. Muchísimo, de hecho. Es un dolor confuso, porque sabes que la persona sigue viva; está ahí, existiendo por el mundo, solo que sin ti. Yo, por ejemplo, hace no mucho tiempo terminé una relación amorosa. Más que un novio, él era mi mejor amigo. Era una de las personas que más me conocía en todo el mundo, de esos que saben cómo estás con solo mirarte y saben cómo hacerte reír cuando estás llorando miserablemente. Este chico lo fue todo para mí, hasta que tuvimos que separarnos. No quiero entrar mucho en detalles (eso lo haré en otro post), simplemente sabíamos que nos heríamos el uno al otro. No tuvimos una despedida oficial, no recuerdo cómo fue nuestro último abrazo ni sus últimas palabras. Solo sucedió. Yo solo quedé preguntándome:
¿Cómo es que el hombre que amé por más de dos años se había convertido en un completo extraño un jueves en la tarde?
Así, de repente. Ya no tenía a quien contarle mis anécdotas raras del día, con quién ir a comer o salir a pasear. Ya no más cartas, no más besos ni abrazos. Y entonces, pensé: “¿Acaso todo esto fue para nada?”. No solo quiero que consideren lo romántico, como mencioné antes, también ocurre con amigos. De repente, ese amigo con el cuál compartías todos tus momentos de vida, te sorprende con la noticia de que consiguió pareja, se desaparece y te quedas pasmado. Así, sin más. ¡Eso no puede ser normal!
Resulta que una de las cosas que no te dicen de crecer es que viene acompañado de muchas despedidas. Y que, sorpresa, la única forma de que alguien desaparezca de tu vida no es con algo tan impactante como la muerte. Puede ser algo tan normal como un tranquilo viernes en la mañana, una llamada que nunca llegó o una salida que se pospone por años. Creo que lo nos duele no es el hecho de despedirnos como tal, si no lo que va después. Ver algo que te recuerda a esa persona y no poder contarle, descubrir una canción y no poder envíarsela. ¿Cómo es que está tan lejos pero a la vez tan cerca? Ves sus fotos en un viaje con su familia o tal vez lo veas al cruzar la calle, y se siente esa pesadez de saber que ya no haces parte de su vida. Ahora lo único que los une son los recuerdos. ¿Cómo se lidia con eso? Porque es casi imposible no pensar en lo mucho que compartiste con esa persona: las risas a la media noche, los abrazos entre lágrimas, las comidas compartidas… ¿Acaso eso no significó nada? Errado. El hecho de que algo se quede en el pasado no le quita su valor. Si amaste algo, lo impregnaste de tu esencia de por vida. Ni los años, ni el tiempo borrarán lo que tú y ese ser sintieron o compartieron. Y nosotros siempre seremos la suma de aquellos que se fueron y que vendrán.
Me gusta pensar que vinimos a este mundo a sentir. Solo sentir. Entonces, cuando llegan esos recuerdos que tanto nos lastiman, no escapemos. Sintamos. Recordemos lo afortunados que somos de sentir nostalgia, porque significa que alguna vez tuvimos algo valioso y que muchas cosas valiosas vendrán otra vez. Y se irán, tal vez, tal vez no. Pero las vivirás, eso está garantizado. Como dice la frase de Winnie Pooh, que se ha utilizado mil veces, sin embargo es tan cliché como cierta:
“Qué suerte tengo de tener algo que hace que decir adiós sea tan difícil.”
¿Y ustedes a qué le han dicho adiós?
Como dice la expresión, yo también a veces voy por la calle y me encuentro con conocidos desconocidos. Los conozco, sé mucho de ellos, pero en realidad ya no sé nada.
La cuestión con las relaciones que terminan, es que terminan pero el duelo de ver partir a alguien de tu vida pero no porque terminaste sino porque lo criaste y el que se vaya es lo que marca tu éxito es peor. Mi hija y mi nieto se fueron a otro país, somos de Venezuela y ya se imaginarán las razones y yo, que toda la vida viví con ella y con mi nieto desde que nació me quedé, me quedé con ese dolor del duelo sin cadáver y esa ausencia; cada día es un día para tratar de seguir e intentar que mi mente entienda que así tenía que ser, que no había otro camino y que se fueron por su bien pero el corazón sencillamente es terco y los sentimientos cuando de este tipo de duelo se trata son un vaivén entre la resignación, la comprensión de los motivos y la inconformidad de la nueva realidad.